Con el AMLOFest del 1 de julio, inicia el último tramo del presidente Andrés Manuel López Obrador al frente del Ejecutivo. Y será el penúltimo mensaje que dirigirá a la nación como dirigente del autoproclamado movimiento de transformación.
En esta ocasión y pese a las advertencias, parece que el revuelo no es el discurso ni el festejo, sino la despedida y la presencia de sus posibles sucesores; las corcholatas marcarán uno de los puntos más importantes en la agenda del día, aunque solo asistan como invitados sin subir al templete.
La cita es en el Zócalo de la Ciudad México a las 17:00 horas con un escenario monumental instalado al pie del balcón presidencial de Palacio Nacional, en el que, por cierto, permanecen las mantas de protesta de la Normal Rural Mactumactzá de Chiapas.
El evento comenzará una hora antes con música y presentaciones de diferentes grupos, entre ellos, los del Ejército y la Marina, que amenizarán la espera para el acto principal.
Se tiene contemplada una hora de evento, con la ceremonia protocolaria y el discurso de López Obrador, que, como acostumbra, con símbolos y retórica, marcará el paso de las siguientes semanas.
Lo ha mencionado antes y se moverá solo algunos centímetros del discurso: continuidad con cambio, confianza en las corcholatas, una oposición que no quiere programas sociales, una oligarquía unida contra la 4T y un Poder Judicial enemigo del gobierno.
Y también, las cifras de reducción en homicidios, mejora en la economía, aumento al salario, el superpeso y hasta las remesas. Por supuesto, también se espera la dosis de historia que receta cada informe a quien quiere o tiene que escucharlo.
Y es que, con sus informes, el presidente López Obrador marca la pauta de lo que está trabajando o está por emprender, sufrir o pelear.
Si se hace un recuento de los 17 informes que ha presentado, cuatro por año, se puede interpretar qué momento vivía el gobierno federal. Por ejemplo, el primero, a 100 días de haber asumido el poder, realizó un informe en el patio central de Palacio Nacional, con funcionarios, empresarios y dirigentes sociales, es decir, una administración abierta y dispuesta a negociar.
O bien, el 5 de abril de 2020, recién declarada la jornada de Sana Distancia por la pandemia de covid-19, el mandatario dio su mensaje desde un patio de honor solitario en el que únicamente lo acompañó el jefe de su ayudantía, Daniel Assaf, y la escolta del Ejército. En esa ocasión anunció acciones concretas para la reactivación económica y aseguró que México tenía un balance positivo enfrentando la crisis de salud.
Fue hasta diciembre de 2021 que regresó a la plaza pública. Parcialmente superada la pandemia, López Obrador convocó a más de 200 mil personas a las que dejó a su consideración llevar cubrebocas. Para el gobierno, la pandemia estaba superada.
En el 2022, las cosas fueron diferentes. Y los temas ya encaminados a otras batallas. El 1 de septiembre del año pasado, aseguró que en México ya no domina la oligarquía, sino que existe un gobierno democrático cuya prioridad son los pobres “les confieso que ahora poseo más aplomo y serenidad que antes. Ha crecido aún más, esto sin duda, mi respeto y el amor al pueblo».
O bien, en el último informe del año pasado organizó una marcha en la caminó por casi seis horas y hasta bautizó la política de su gobierno como «humanismo mexicano».
«Porque si tenemos que buscar un distintivo, humanismo mexicano, no solo por la frase atribuida al literato romano Publio Terencio de que ‘nada humano nos es ajeno’, sino porque nutriéndose de ideas universales, lo esencial de nuestro proyecto proviene de nuestra grandeza cultural milenaria y de nuestra excepcional y fecunda historia política». remarcó.