La «gozona» es uno de los conceptos más hermosos de una tierra hermosa como la de las montañas de Oaxaca, en el sur de México.
En comunidades con pocos habitantes, unir la fuerza laboral bajo la idea de que «tú hoy trabajas para mí, yo mañana trabajo para ti», adquiere una importancia crucial para completar tareas como la cosecha de café o la reparación de un camino dañado.
El solo reunir a hombres y mujeres para la «gozona», luego de visitarlos casa por casa, es una labor que puede llevarse toda la jornada.
O también solo unos minutos, a través de algo tan común para casi todo el mundo como una llamada telefónica o un mensaje de texto. Solo que en algunos lugares marginados esto es más bien un privilegio.
Ese servicio lo ha conseguido Santa María Yaviche, una pequeña comunidad indígena zapoteca del estado mexicano de Oaxaca donde lograron una hazaña admirable: instalar y manejar una red celular independiente.
«Dentro de la comunidad, siempre había que ir hasta la casa de una persona para hablar. Pero a veces no estaba, que se fue a trabajar, que se fue a ver a sus animales. Teníamos que regresar sin respuesta», cuenta Gerardo Arteaga, un vecino de Yaviche.
«Pero si es cosa de un mensajito o un recordatorio con el teléfono, ya quedas para realizar un trabajo. Es una ventaja, porque no importa que estemos lejos, nos acerca la telefonía comunitaria«.
Gerardo Arteaga es uno de los más de 100 usuarios del servicio celular comunitario de Yaviche.
Aquí en Yaviche en 2013 empezaron a generar la señal con una antena de bambú sujetada con un débil alambre recocido, que eran los materiales que había a la mano. En lo más alto pusieron el emisor de señal.
Pero hoy ya tienen una infraestructura sólida y han comenzado a hacer pruebas de telefonía 4G para acceder a internet desde los celulares, una tecnología que en países como Estados Unidos llegó en 2010 pero que hoy aquí es la diferencia.
Además de contar con un medio de comunicación para la vida diaria y, más importante, para casos de emergencia, la idea central de la comunidad es no depender de nadie, incluidas las grandes telefónicas.
Y también que la tecnología se adapte a los usos y costumbres de Yaviche, como la «gozona».
«Hay una palabra en zapoteco que eskiery kass, que significa ‘nuestro’, ‘propio’, ‘de todos’. Es como decir autonomía en nuestra lengua», dice con orgullo Oswaldo Martínez, uno de los fundadores del proyecto en Yaviche.
Pero entrar en el disputado terreno de la telefonía celular, dominado por gigantes de la industria, es una batalla tipo David contra Goliat que deben librar.
Cansados de pedir apoyo
Yaviche está a solo 130 km de la ciudad capital de Oaxaca. Pero esa distancia relativamente corta se convierte en un trayecto de más de 4 horas debido a las condiciones geográficas.
En tiempos de lluvias, el asfalto mojado, la caída de árboles, los deslaves y los caminos sin pavimento enlodados hacen más prolongado y peligroso el trayecto.
A lo largo de las laderas de esas montañas se asientan pequeñas comunidades zapotecas de varios cientos de habitantes. Un par de miles las más grandes.
Para ofrecerles cobertura, las grandes compañías de telefonía celular que operan en México -como Telcel, Movistar o AT&T- requieren un mínimo de entre 2.500 y 5.000 usuarios.
Lugares como Yaviche, con 700 habitantes, buscaron a esas empresas durante años, pero se cansaron: «Nos acercamos a las telefónicas y nos dijeron que éramos pueblos chicos, que no era negocio para ellos. Y eso que fue entre varias comunidades», dice Oswaldo Martínez.
«Pedían como mínimo 5.000 usuarios. Y nosotros teníamos que poner [costear] la infraestructura, que eran como 6 millones de pesos [unos US$460.000 de 2013). Y encima ellos iban a cobrar el servicio».
Oswaldo Martínez es uno de los fundadores del proyecto de red comunitaria de Santa María Yaviche.
No muy lejos de ahí, en Villa Talea de Castro, la fundación Rhizomática -una asociación civil con experiencia en telefonía comunitaria en Nigeria- ya había puesto a prueba con éxito una red de telecomunicaciones similar, por lo que en 2013 los habitantes de Yaviche pidieron su ayuda para poner los «fierros», como le dice a la infraestructura operativa.
«Empeñamos un coche para poder comprar el equipo y empezamos el experimento. Nos pidieron un cuarto y sacamos unas camas para colocar el equipo. Nuestra primera torre fue de bambú en 2013», explica Martínez.
«La gente preguntaba si era Telcel, Movistar o cuál. Pero les decíamos que no, que era de nosotros.Kiery kass(de todos)».
En la actualidad son 14 comunidades de Oaxaca las que cuentan con una red celular propia y que son parte de una asociación civil sin fines de lucro, Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias (TIC), que cuenta con el acompañamiento técnico de Rhizomática.
Atienden alrededor de 4.000 usuarios de telefonía celular. Todos ellos son a la vez usuarios y dueños de cada la red comunitaria local, pues el objetivo de TIC es que la independencia de cada pueblo se mantenga así.
¿Cómo se opera una red celular?
Instalar y operar una red celular no es algo que venga en un manual de «hágalo usted mismo».
Requiere de conocimientos en ingeniería en sistemas y telecomunicaciones, así como representación jurídica, algo de lo que se encargan los expertos integrantes de TIC.
Lo que en un inicio fue un sistema apoyado en una antena de bambú hoy es una estructura sólida.
Desde una modesta oficina operativa en la capital de Oaxaca, Javier de la Cruz maneja el «cerebro» de las redes comunitarias que permite conectar llamadas locales e internacionales. Y ahí resuelven los problemas técnicos del día a día.
«Entregamos una señal que los teléfonos puedan recibir, que puedan recibir llamadas y mensajes locales», explica De la Cruz.
Hasta antes de la pandemia, instalar un sistema 2G costaba más de US$8.000 en términos de equipo de radiofrecuencia y computación. Pero «si es un sistema reciclado, disminuye el costo un poco», explica el ingeniero.
Y es que en TIC se encargan de buscar donativos de equipos a nivel internacional y echan mano de un software abierto, que no requiere pago de licencias pero sí de muchas horas de trabajo para la corrección de errores.
Esa labor se traduce no solo en un servicio celular, sino en su bajo costo: mientras las compañías telefónicas en México ofrecen paquetes de servicio de voz y datos, el más básico de US$2,5 por 7 días, los usuarios de las redes comunitarias pagan US$2,1 por un mes de acceso a llamadas de voz y mensajes de texto (SMS).
En un estado con una histórica marginación económica y una alta generación de migrantes, el poder hacer llamadas a EE.UU. cuesta US$0,15 por minuto. «Y el saldo no se borra por pasar una cantidad de días. Si la gente pagó, se le da una continuidad al servicio que ha tenido», destaca De la Cruz.
Luego de que instalan una red en una comunidad, los miembros de TIC capacitan a gente del mismo pueblo, «jóvenes, adultos, hombres, mujeres, que tengan ganas de aprender», para manejar aspectos como el registro de nuevos usuarios y los abonos mensuales.
Pero también aprenden sobre la operación básica de los aparatos y «fierros», pues si hay una falla que pueda ser solucionada localmente, eso evita que los siete técnicos de TIC deban viajar varias horas desde la capital de Oaxaca hasta una comunidad apartada como Yaviche.
Cada una de las 16 comunidades tienen sus propios administradores.
«Muchos usuarios son personas mayores. El reto es cómo explicarle a un abuelo sin que te desesperes. Entonces, más allá de saber qué es el 4G, el reto de los administradores es cómo explicarle eso a la gente. La idea es que la asociación sea un acompañamiento para que la comunidad lo sostenga», explica Lisset González, una capacitadora de TIC.
Una lucha David vs. Goliat
Hasta antes de la llegada de la telefonía terrestre y celular, comunicarse con otros fuera de las comunidades de la Sierra Norte requería métodos antiguos.
«Antes se mandaban recados o cartas. Si un familiar iba a Oaxaca (la capital), mandábamos ahí en el autobús. Tardaban mucho pues, hasta días», dice Olga Ramírez, una vecina de la comunidad de San Juan Yaeé.
Un pueblo vecino de Yaeé es Santiago Lalopa, que se encuentra al otro lado de la cañada, a menos de 4 km de distancia lineal. Llevar un recado a alguien ahí implica un rodeo de una hora por los sinuosos caminos de las montañas.
Los caminos en la Sierra Norte de Oaxaca son complicados. En tiempos de lluvias suelen ocurrir grandes deslaves que los cortan.
«La larga distancia es lo que más ocupamos. Por ejemplo, mi esposo viaja diario a la ciudad de Oaxaca y se comunica y me marca a la línea comunitaria. Si no entra (la llamada), ya se preocupa», dice Lizeth García.
Si bien las redes comunitarias como las de Yaeé y Yaviche tienen cobertura para llamadas locales, la larga distancia, más allá de Lalopa, implica que el servicio comunitario entre al disputado espectro de frecuencias radioeléctricas.
Las bandas de frecuencia son como las «autopistas» en el aire por las que las ondas de una señal (radio, TV, telefonía fija y celular) viaja a través del aire.
Las grandes compañías pagan sumas millonarias para acceder el espectro radioeléctrico que subasta el Estado. El que una comunidad quiera participar es una lucha tipo «David contra Goliat» que había que librar no solo ante las compañías, sino ante las mismas instituciones del gobierno mexicano.
Javier de la Cruz opera el «cerebro» de TIC desde la ciudad de Oaxaca.
«A TIC le habían asignado espectro de manera directa, sin necesidad de licitación. Pero el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) le hizo el cobro de derechos de un millón de pesos (US$76.000 en ese momento). Y peleamos para que no nos cobraran una tarifa equivalente a la del operador comercial», explica Erick Huerta, el asesor jurídico de TIC.
«Ellos mismos habían reconocido que donde operamos nosotros nadie va (compañías) porque no hay utilidad comercial. Era ilógico. Obtuvimos amparos favorables, pero el IFT volvía a insistir y nos congelaron nuestra cuenta. Pero finalmente la Suprema Corte determinó que esa medida era inequitativa».
Los retos en las montañas
En los últimos 10 años, varias comunidades se sumaron a la asociación civil sin fines de lucro que conforma TIC. Pero otras también se han desconectado.
La entrada de las grandes telefónicas a algunas de las regiones más marginadas de Oaxaca, así como el servicio de internet Wi-Fi de algunos proveedores locales, ha reducido el número de usuarios de TIC de 6.000 a 4.000 en los últimos años, así como las comunidades participantes (de 16 a 14).
Y en el último año, el gobierno de México lanzó un proyecto para proveer acceso a internet y voz a través de la basta red de la Comisión Federal de Electricidad, lo que en teoría implica que en todo lugar donde haya servicio de electricidad (+90% del territorio) puede haber servicio de internet.
Los servicios locales de Wi-Fi, como el de San Juan Yaeé, ofrecen una conexión a través del pago de fichas de duración.
Por otra parte, los servicios comunitarios en ocasiones también enfrentan retos técnicos, como la saturación del servicio o imprevistos, como las descargas eléctricas que inhabilitan los aparatos de transmisión.
En Yaviche se «quemó» una fuente de transmisión este año, por lo que los usuarios quedaron sin cobertura durante meses hasta que se puso a prueba el servicio 4G con un nuevo transmisor.
Esos son los retos que enfrentan las comunidades de TIC para subsistir en una industria altamente rentable y competitiva para los grandes capitales nacionales y trasnacionales (y ahora los proyectos de gobierno).
Pero eso no desanima a quienes forjaron este acceso a la comunicación.
«En Yaviche no le apostamos al negocio, al pensamiento de acumulación, sino en cómo hacemos sostenible este proyecto, por eso estamos apostando en esto y seguiremos», dice Oswaldo Martínez.
«Queremos preservar nuestro pensamiento»
Contar con una radio propia, una señal de televisión los fines de semana y una red celular es todo un orgullo para comunidades como Santa María Yaviche.
Y si bien tienen disponibles nuevas vías de comunicación, como el Wi-Fi a través de fichas de varios minutos u horas, para ellos es importante sostener lo propio.
San Juan Yaeé también busca sostener su red celular independiente con ayuda de toda la comunidad.
«Esto es de la comunidad y eso nos hace sentir más nosotros. No dependientes de una compañía de fueraque en cualquier momento lo pueden quitar porque no es rentable», dice Gerardo Arteaga.
Hay algunas funciones de la red celular que incluso la hacen sentir más propia, más «xhidza (zapoteca)» como la distribución general de mensajes en su propia idioma en casos especiales o de emergencia.
«Con esta herramienta nosotros podemos seguir usando nuestra lengua. Va más allá de lo que las otras compañías buscan. Es una forma de que la tecnología sea una parte para mantener nuestra identidad xhidza», dice Oswaldo Martínez.
«La idea de nosotros es generar nuestros propios procesos. Y ahora con los jóvenes queremos preservar nuestro pensamiento. Porque cuando uno habla español, solo es como una reproducción, pero cuando uno habla xhidza, lo hacemos desde nuestro corazón«.