«¿Que si tenemos miedo? No, estamos calmados y preparados».
El lenguaje gestual de Kimmo Jarva coincide con la tranquilidad de sus palabras.
No le tiembla la voz al reafirmar el deseo de Lappeenranta, ciudad finlandesa de que la que es alcalde, de que el país se una a la OTAN a pesar de las repetidas amenazas del Kremlin.
No son semanas fáciles para esta idílica urbe que se asienta junto al cuarto lago más grande de Europa y que gana premios por su limpieza y lucha medioambiental.
Apenas a 20 kilómetros de la frontera rusa, Lappeenranta había sido ejemplo perfecto de las buenas relaciones entre Helsinki y Moscú, en el marco del famoso «pragmatismo» finlandés.
La ciudad presume de tener una ubicación especial y ser la puerta entre Occidente y Oriente, algo que ha transformado el comercio local y su industria, añadiendo características únicas a la cultural local.
Pero ahora, al igual que el resto del país, se inclina hacia la protección que ofrece la OTAN contra un vecino en el que han dejado de confiar.
El gobierno finlandés de Sanna Marin da pasos acelerados para la afiliación a la alianza militar que encabezan Estados Unidos y otras potencias occidentales. Un 62% de finlandeses apoya la decisión.
Pero para aquellos que han vivido décadas de buena relación con el vecino, el dramático cambio de postura no será fácil de revertir.
Lappeenranta es la segunda ciudad más visitada de Finlandia después de Helsinki, la capital.
Décadas de intercambio
Los ciudadanos de Lappeenranta y de otras ciudades fronterizas son conscientes de que el cambio de actitud no será gratis.
«Desde la pandemia, por las restricciones, perdemos a diario un millón de euros debido a que los turistas rusos ya no vienen a comprar a nuestra región. Ahora, con la guerra y nuestros pasos para unirnos a la OTAN, no sabemos por cuánto tiempo durará esta situación», dice Kimmo Jarva, el alcalde de la ciudad, a BBC Mundo.
Lappeenranta ha escenificado como pocas ciudades en Finlandia los beneficios en las buenas relaciones con Moscú.
Cada año, millón y medio de rusos cruzaban la frontera para disfrutar de su hospitalidad y su apacible localización junto al Saimaa, el lago más grande del país.
También es un destino conocido por sus ventas libres de impuesto, lo que motivaba que miles de rusos acudieran a diario para llenar sus maleteros de compras y regresar a casa.
Cuando la Unión Europea impuso sanciones contra Rusia tras la anexión de Crimea en 2014, el Kremlin respondió vetando importaciones de alimentos provenientes de países europeos. Lappeenranta se convirtió entonces en la vía de millones de rusos de la zona para comprar los productos prohibidos en su país.
Negocios florecieron durante décadas de un lado al otro de la frontera gracias al intercambio. La ciudad, de hecho, se encuentra más cerca de San Petersburgo, la segunda urbe más grande de Rusia, que de Helsinki, la capital finlandesa.
Millones de rusos solían cruzar la frontera con Finlandia para aprovechar la venta de productos libres de impuesto.
«Abrimos oficinas (turísticas) en San Petersburgo y en Vyborg. Las visitaba cada mes. Cooperábamos, organizábamos eventos de prensa. Todo era amistad y cooperación», dice Jarva.
Pero ahora hay apenas vehículos en los pasos fronterizos. Ambos países han prácticamente vetado en efecto el tráfico comercial y privado entre ambos territorios.
Las oficinas en San Petersburgo que publicitaban Lappeenranta como la puerta entre Rusia y Occidente han cerrado.
«Tomará muchos años y muchos cambios para que podamos volver a ver eso», lamenta el alcalde.
Un cambio rápido
Por décadas, Finlandia hizo gala de un comportamiento neutral hacia Rusia. Lo asumió tras el fin de la Segunda Guerra Mundial como una manera de asegurarse la paz frente a un vecino mucho más poderoso.
Este comportamiento es conocido popularmente como «finlandización», un concepto creado por Finlandia para convencer a la antigua Unión Soviética de su neutralidad y en el que creyeron generaciones de políticos y ciudadanos.
El gobierno de Sanna Marin, apoyado por la opinión pública y política mayoritarias del país, da pasos acelerados hacia la membresía de la OTAN.
La afiliación a la OTAN jamás había alcanzado más del 30% de aprobación entre los finlandeses. Semanas después de la invasión de Rusia en Ucrania, la opinión pública dio un giro dramático, duplicándose hasta una aprobación del 62%, la más alta en la historia de las encuestas.
No solo eso, el número de opositores a la membresía cayó desde un 40% en 2021 a solo un 16% hoy.
«Y mirando las encuestas, tampoco parece que la población de ciudades fronterizas (como Lappeenranta) estén demasiado asustadas», analiza para BBC Mundo Charly Salonius-Pasternak, investigador del Instituto Finlandés de Auntos Internacionales.
«Aquí la mayoría ya no cree que Rusia no atacará si Finlandia es lo suficientemente amable. Si Rusia decide atacar, lo hará de cualquier forma, como en Ucrania. Hay una creencia de que lo que solía funcionar ya no funciona», añade el experto
«Tras la guerra, nuestra ciudad ha cambiado de opinión rápidamente. Creemos que los que están tomando la decisión de unirnos a la OTAN están haciendo lo correcto», dice Jarva.
Ecos del pasado
1.300 kilómetros de frontera unen ambos países, pero Rusia es 50 veces más grande y su población 26 veces mayor.
Durante siglos, la sombra de las aspiraciones expansionistas rusas se proyectó sobre este territorio al que invadió en varias ocasiones.
La fortaleza de Lappeenranta fue, de hecho, construida por los rusos en 1775 tras una sangrienta batalla en que cientos de finlandeses murieron.
A inicios de la Segunda Guerra Mundial, ambos países libraron una guerra relativamente breve en la que Finlandia logró detener los avances soviéticos pero no pudo evitar ser despojada de una parte de su territorio.
Extensas zonas de Karelia, la región en la que se sitúa Lappeenranta, fueron ocupadas por los soviéticos durante el conflicto. La ciudad sufrió fuertes bombardeos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, varias ciudades finlandesas sufrieron bombardeos de los soviéticos.
Para expertos como Salonius-Pasternak, esta doble relación de cooperación pero a la vez de rivalidad es algo «de esperar» entre vecinos fronterizos.
«Las mismas personas que venden bienes a turistas rusos una semana, la siguiente podrían verse entrenando en la reserva sabiendo que si les llaman es porque Rusia ha atacado. Así ha sido siempre», dice el experto a BBC Mundo.
Miras hacia el futuro
Funcionarios rusos han pasado de las advertencias a las amenazas ante los pasos de Finlandia y Suecia, otro de sus vecinos próximos, de unirse a la OTAN.
Un riesgo que los finlandeses parecen estar dispuestos a asumir y para el que dicen estar listos.
«Estamos preparados para enfrentar ciberataques, difusión de noticias falsas, pero no creo que tengamos miedo de la guerra o algún tipo de problema. Tenemos refugios y estamos listos para cualquier tipo de ataque. Estamos acostumbrados a vivir en esta zona y somos más pragmáticos que muchos otros países de Europa», dice Jarva.
Pragmatismo, precisamente, es una de las palabras que más repiten los funcionarios de Lappeenranta con respecto a lo que puede suceder en el futuro.
Confían en que el camino que toma su país tampoco confunda. Su descontento es con Vladimir Putin y los responsables de la guerra. No con los ciudadanos rusos.
Conscientes del golpe económico y cultural que puede suponer el nuevo rumbo de Finlandia, los funcionarios de Lappeenranta eligen enfocarse en el futuro. Su ciudad es una de las más limpias de Europa y ha sido halagada por sus esfuerzos para luchar contra el cambio climático.
«Somos una ciudad popular, la segunda más visitada de Finlandia después de Helsinki. Y eso lo debemos especialmente al turismo ruso», dice Markku Heinonen, gestor de proyectos de la ciudad, a BBC Mundo.
«Muchos rusos siguen viajando a otros países de Europa y Estados Unidos, que están en la OTAN, así que espero sea un problema que se resuelva. Somos vecinos y debemos acostumbrarnos a esta nueva forma de convivencia», agrega.
«Tenemos también otras fuentes de ingreso y otras industrias. Tenemos una universidad importante. No solo vivimos del turismo», completa Päivi Pietiläinen, jefa de relaciones internacionales del ayuntamiento.
Más de 80 nacionalidades conviven en esta ciudad de algo más de 70.000 habitantes, incluyendo una importante población rusófona.
«Esto no es culpa de ellos. Queremos cuidarlos y que vivan en paz aquí, pero para Putin y todos los responsables de esta guerra, creemos que tomará décadas para volver a la normalidad», defiende Jarva.