Rogelio Sernas Hernández recuerda sus inicios en el mezcal como un juego en el que ayudaba a su padre a sacar las piedras del horno en el que se cuece el agave.
Cuando cursaba el bachillerato, su padre sufrió un accidente y entró en coma. Al ser el hijo mayor, asumió la responsabilidad de jefe de familia, como es la tradición. A partir de entonces, se dedicó de lleno a la producción de mezcal.
Con la primera Gran Fiesta del Mezcal en su natal Santiago Matatlán, considerado la capital mundial del mezcal, en donde se produce 40% de esta bebida en el país, ve una oportunidad no sólo para celebrarse como maestros mezcaleros, sino para que la gente vea más allá de las marcas comerciales, cuyos dueños en la mayoría de los casos no producen ni son del estado.
“El mezcal, más que ser una simple botella, tiene identidad propia porque hay muchas personas detrás”, expresa. Para él, esta fiesta es para demostrar que el mezcal no es una industria de millones de litros, como lo quiere hacer ver el Consejo Mexicano Regulador de la Calidad del Mezcal (Comercam).
“El mezcal debe conservarse de forma artesanal y no caer en los errores del tequila, con siembra del agave generando ecocidio o produciendo de forma industrializada”.
La Gran Fiesta del Mezcal, que se realizó por primera vez en Matatlán del 22 al 27 de julio, nació como una alternativa a la feria del mezcal oficial de la ciudad de Oaxaca, pues consideran que en el transcurso de los años se convirtió en una repartición de espacios entre el Comercam, la Canaimez y comercializadoras, dejando fuera a productores y maestros mezcaleros.
“Esta fiesta del mezcal es un parteaguas, porque desafortunadamente mucha gente va a la feria del Centro de Convenciones, pero desgraciadamente hay muchas marcas que son comercializadores; los dueños no son de Oaxaca. Eso le da un desprestigio a la marca”, dice Jesús Jiménez Martínez, maestro del palenque Cariño mío.
“No hay piso parejo”
Hoy se habla de un boom del mezcal, que según el Comercam genera 8 mil millones de pesos anuales. Ese crecimiento, sin embargo, no se ve reflejado en los pequeños productores.
La mayoría de ellos, ante la imposibilidad económica de registrar su marca ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI), de pagar una anualidad de hasta 20 mil pesos a la Comercam y cubrir los impuestos de la Secretaría de Hacienda que ascienden a 69%, optan por vender su producción a grandes comercializadoras que imponen los precios.
También se enfrentan a los efectos negativos de la denominación de origen. En la práctica legal, pese a ser maestros mezcaleros tienen prohibido comercializar su bebida bajo este nombre si no pasa por un proceso de certificación en la Comercam. Algunos se ven obligados a nombrarla como aguardiente de mezcal, aunque no lo sea.
“La mayor parte de las utilidades se la quedan los comercializadores. Con esta feria se está tratando de que sea directamente con los productores y que sea para la economía local. Las comercializadoras son grandes empresas que ya tienen una cartera grande con suficientes recursos para marketing, para infinidad de cosas y eso les da ventajas, pero no necesariamente son de la mejor calidad”, explica Jesús Jiménez.
“Los productores de mezcal no vamos a dejar de existir a pesar de que haya más número de marcas o de gente vendiendo mezcal. Somos un elemento muy importante porque ya sea que camines solo o vayas acompañado, llegamos al mismo lugar (…). Las cosas bien hechas nunca desaparecen, al contrario, creo que se valoran más porque se produce poco y con mucha atención a los pequeños detalles. Entre más volumen, se pierde atención y como dice el dicho, el que mucho abarca poco aprieta”.