Familias de artesanos del barro que habitan en rancherías de Santa María Cuquila, al suroeste de Tlaxiaco, en la región Mixteca de Oaxaca, se resisten a dejar morir la alfarería, oficio que agoniza con el aumento de la migración y la baja remuneración por sus creaciones.
“Las personas hacen todo lo que pueden con tal de cuidar el oficio para que no se pierda. No porque se gane dinero, sino por el amor al barro, aunque no es bien pagado”, explica Abraham Santiago López, de 50 años.
Abraham regresó al oficio de la alfarería hace apenas un año, cuando los doctores le dijeron que por cuestiones de salud no podía dedicarse más a la construcción. Fue así que retomó esta labor que aprendió de su padre a los 11 años.
“Mis manos no se olvidan del oficio, pero en realidad no se le gana mucho”, dice mientras seca al sol los platos recién elaborados de forma artesanal.
Isidro León López, de San Pedro Llano Grande, una ranchería de Cuquila, también les enseña a sus hijas a hacer platos, ollas, tazas, tazones, fruteros y otros utensilios: “Le estoy enseñando a mis hijas, porque en estos tiempos los jóvenes tienen estudios, pero no trabajo”.
Con la venta de sus productos ha mantenido a sus hijas, aunque no ha sido suficiente, lamenta, pues sólo pudo darles estudios de preparatoria porque el dinero no les alcanzó para acudir a la universidad.
“Muchas personas ya no trabajan porque no se gana. Los jóvenes quieren ganar un poco más y como esto no da, prefieren dedicarse a otra cosa como la construcción o irse al norte”, narra Isidro, mientras sus dedos rodean la base de una taza.
Por razones como ésta en San Pedro Llano Grande sólo quedan siete artesanos de barro, pues la mayoría ha dejado el oficio por la migración, principal fuente de ingresos para comunidades de esta región.
Según el Sistema de Información Económica (SIE) del Banco de México (Banxico), las remesas para Tlaxiaco han ido en aumento a partir de 2020.
En el último reporte, por ejemplo, se ubica en el séptimo lugar entre los municipios con mayor entrada de remesas entre los 570 de todo el territorio oaxaqueño, sólo por debajo de la capital, Huajuapan, Tlacolula, Mixtepec Distrito 22, Pinotepa y Miahuatlán.
En el segundo trimestre de 2022, Tlaxiaco superó los 25 millones de dólares en remesas enviadas por migrantes en Estados Unidos.
Carlos Romeo, vecino de Santa María Cuquila, dice que muchos de los jóvenes de estas comunidades sólo terminan la secundaria o preparatoria y se van en busca de oportunidades de trabajo mejor remuneradas. En los últimos tres años, por ejemplo, muchos se han ido al extranjero con visas de trabajo, por lo que casi nadie se quiere dedicar a la alfarería.
Sobrevivientes
En el patio, Isidro tiene tendidas tazas y algunos platos en proceso de secado, otros están en el piso del cuarto de estar. En ese mismo espacio, sobre la mesa de sus santos, hay otro tanto de las obras del artesano. Pero, relata, su casa de dos niveles aún sin terminar fue construida con el dinero que ganó durante tres años que trabajó en Georgia.
“Antes me dedicaba a la construcción y muy poco al barro. Luego me fui al norte, es cuando lo valoré. Acá también se puede ganar un poco, aunque sólo da para sobrevivir, es menos sufrimiento”.
Cuando Isidro fue a Estados Unidos atravesó caminando el desierto. Confiesa que mientras vivía allá su vida sólo era el trabajo y fue entonces cuando aprendió a valorar su oficio de artesano, asegura.
Pese a ello, lamenta que crear tazas, platos y ollas no deje lo suficiente para hacerse de bienes, tampoco da para estudiar una licenciatura o ingeniería. Es por ello, explica, que los jóvenes deciden irse de su comunidad, como pasa en muchas otras de la Mixteca, catalogada como una de las principales regiones expulsoras de migrantes.
Aun así, Isidro y Carlos confiesan que no están dispuestos a pagar los más de 200 mil pesos que cobran algunos coyotes para cruzar la frontera, pues en Estados Unidos, señalan, el destino es incierto.
Del barro no se vive
“Pues deja poquito, pero qué le hacemos”, dice Felipa Morales, artesana que afirma que continúa con el oficio porque es lo único que sabe. Pese a ello, le da las gracias al barro y a las becas del gobierno federal, pues fue así que su hija está por terminar la ingeniería forestal.
El proceso de elaboración de las piezas empieza con la búsqueda de la arcilla, materia prima que se consigue luego de caminar hasta ocho kilómetros. Después, se prepara el barro y comienza el armado de las piezas, que tardan dos o tres días, para secarse, dependiendo de su tamaño. Tras el secado, se quema cada pieza para que se pueda comercializar.
Los artesanos coinciden en que en este oficio se necesita paciencia, pues las ganancias se ven hasta después de una semana de trabajo.
“Del barro, de las ollas crecimos. Mis padres no sabían hacer otra cosa, más que del campo, de la milpa y así es como crecimos”, dice Felipa mientras explica lo laborioso del oficio y las pocas ganancias que deja. Además de que es muy cansado y constantemente sufre de dolor de cintura, espalda y nuca.
Los artesanos de Santa María Cuquila no tienen un horario de trabajo, menos en la temporada de lluvias, siempre deben estar al pendiente de su barro. “Que, si sale el sol, debemos aprovechar para secar nuestros utensilios o si empieza a llover, hay que guardarlos y así, y si queremos hacer un poco más, pues iniciar desde muy temprano. Si no trabajamos un día, no comemos”, señalan.
Felipa agrega que en esta temporada de lluvias lo más caro es la leña, por la cantidad que se usa para quemar sus utensilios debido a la humedad. El precio rebasa los 3 mil pesos por carga y no dura lo suficiente.
“Pues que más quisiera que un poco de dinero, aunque sea para la leña, porque la venta de nuestros barros deja muy poco. Yo digo que a veces nomás lo hacemos porque nos gusta este oficio, no porque deje dinero”.
La mujer también desea la construcción de una galera o techado, para que las lluvias no le afecten. Lo mismo pide Isidro, a quien le urge para ahorrar leña y no atrasar la elaboración de sus productos.
“En este tiempo se sufre, porque estamos quemando, pero cuando llega la lluvia nos interrumpe, por eso ocupamos un techado; he metido papeles en los programas, pero no sale”, lamenta Isidro.
“Hablan mucho que hay apoyo, pero no es parejo. Nosotros acá no tenemos nada. Trabajamos en familia, ganamos poco para sobrevivir”, añade su esposa, Benita Santiago.
Son estos obstáculos los que han ocasionado que en la comunidad de Santa María Cuquila queden alrededor de 20 artesanos, tomando en cuenta sus rancherías. Muy pocos de ellos son jóvenes.